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Ensayos

Sobre la mesa un papel. El papel que estaba hecho de árboles talados del Amazonas. Un Amazonas dónde el agua corre en sentido hacia el Ecuador. Un Ecuador que se dirime por ser la mitad de todo. Un todo que se resume en un segundo. Un segundo que se encierra en minutos, y éste en horas, y éste en días. Aquellos que pase borracho con ron en un muelle de Cartagena, cuyos pies recorrían un agua que bajaba desde un punto medio del Universo, y dónde encontré aquellas palabras expresadas en algún tiempo, lejano o no, pero presente en esta vida.

"Llévame contigo. Se que eres quién quiero que seas"



 Marcado a fuego como la caída de su cuerpo en mis brazos. Cómo quema la mirada perdida en un cielo iluminado para otros y ennegrecido para mí. Palabras que son sólo eso, pero que no se las lleva el viento ni nadie: quedan. Sin sentido. Sin ninguno de los cinco. Un corazón destrozado por el polvo maquinado por el hombre. Un hombre que en vez de recomponer su propia vida, se esmera por deshacer todo aquello que eramos, o creemos. Aquel sueño imperfecto de algún Dios. Que hoy nos mira de un costado, cerca nuestro y se esconde por una sola razón: por nosotros.

"Sólo se elevarán aquellos que merezcan hacerlo"

Y mírame! Descubierto en un pedazo de espejo roto en aquel vagón, cuando en alguna historia lejana decidió prometer. Y con las promesas uno no hace nada, sólo dice. Y el decir forma parte de la nada. Como yo ahora. Sin ella. Y no es que este perdido, se muy bien donde estoy. En la nada.

"Carajos!"

Se cayó, rodó por un fango asqueroso y se volvió para ver si alguno de sus huesos seguían en su lugar. Lado izquierdo, perfecto; el derecho un poco dolorido en la pierna, pero bien, en el resto bien, pensó. Lo primero fue dibujarse en su mente una especie de lo ocurrido. Primer error. Su mente estaba más ocupada en el dolor que en recordar quién lo había llevado hacía allí, para qué, y porqué. Pero como todas las preguntas cuando uno necesita descifrarlas, se vuelven más ingeniosas o nosotros más idiotas, y se nos escapan por los poros.

"Ja! Él era muy bueno jugando al Ta-Te-Ti, pero no lo era tanto en la Rayuela. Por lo que decidimos jugar al Truco. En fin..."

En fin. De modo que aquí quedamos. Habitación 407, una cama matrimonial. Dos desconocidos. Un morocho y una rubia ceniza. Un cóctel preparado para alguna pareja denominada Sr. y Sra. James, un jacuzzi con espuma. Flores de Barcelona, y una sabrosa e intenso aroma a pasión candeante. Cuál es el sigueinte paso? Ninguno. No vale pensar. El pensar nos llevaría a no hacer nada. Y al menos, seré gay, pero no aburrido.

"Final."


Del color de sus ojos

"¡Quieto!", me gritaron desde un costado. Estremecido, sin palabras, seco como el viento que golpeaba la azotea, lo esperé. Le decían de varias formas, y le atribuían poderes que eran más de cuento, que lo que de verdad era. Años en los que mi mente la imaginaba de color negro, y otros tantos en que solía escuchar por ahí que le habían visto un tono celeste en sus ojos. Nada de ello lo era, para mi, al menos. Existen tantas posibilidades de ella como personas en el mundo. Las almas deciden su forma, y la escriben en un papel de servilleta untado en manteca, que queda como único recordatorio, o  memorandum, o testimonio, o prueba, de la luz que, cada uno, vio. Juro que esta que se presentó ante mi aquel día gris y pálido, no se parecia a ninguna de las que me habian contado alguna vez, ni la de mi madre, ni la de Pedro, ni la Hitler, mucho menos la de Nosferatu, o la de Don Severino, o la del mismisimo Jesús de Nazareth. Era otra, sin igual, con fuego propio y ardor característico. No divagué en palabras desaforadas, y gestos enloquecidos, sólo pude tomar coraje para largar unos pocos sonidos.

-Te esperaré siempre, mi am...- Sentì la carne destrozado y me hundì para siempre.
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Debajo me esperaban con un gran banquete de bienvenida y globos dorados. Algo, quién sabe qué cosa, me sentó del lado derecho de una gran mesa cuadrada que cubría el interior de una sala, que a simple vista, era desagradable. Había objetos que no encuadraban con el tiempo ni la década. Y gente que parecia inmovil. Todo desarreglado. Hombres y mujeres, que reían a carcajadas en cada rincón del extraño sitio y que ni si inmutaron de la parición de un nuevo comensal. Todo era incertidumbre en mi hasta que un olor a sudor mezclado con petroleo inundó el Salón. Una cosa enorme se hizo presente en medio del Banquete. Cada señorito de galera redonda le hacía una reverencia al pasar. Y cada mujer le entregaba una rosa como estandarte. No le veía bien nada, estaba tapado por unas cuantas telas de pieles delante mio. Aparté algunos cuantos, haciendo caso omiso de los buenos modales que me implemteron en la infancia, y prosegui a alcanzar al Quién sabe Qué. Ya podía sentir el aroma constante e iintenso cuando se acercaba. Le hize una reverencia modesta sin clavar la vista en sus ojos. "Es descortés", habia escuchado por ahi. Extrañamaente, podía sentir los ojos de La Cosa clavados en mi sien. Un silenció se apropió de todos, y con una voz ronca (sospechaba yo que era producto del alcohol) me ordenó, y tal como si leyera mi mente

-Hazte derecho, hijo, no es cortés no mirarme fijamente.
  Lento, calculando cada centímetro que avanzaba, retruqué.
-Lo que no es cortés, es que invites a un banquete y no me resivas como corresponde.
  En menos de un segundo, temí por mi vida. Sentí la inclinación de su cuerpo y su voz en mi oído.
-Tal como te recordaba. No has cambiado nada, eh Chuck Bass.
  No eran momentos para preguntarme el porqué de su conociemiento personal, por lo que proseguí al discurso.
-Mira. No soy de esos que andan por la vida haciendo públicas sus últimas palabras. Pretendo dejar ese honor para pocos.
-Me siento honrado, pues.- Me susurró sonriendo.- Pero, si aquí no hay nadie, Chuck.
-¿Y las mujeres huesudas, y los hombres bajitos de la derecha?- le pregunte un tanto desorientado.
-Ya se han ido, hijo. Recuerda que poco más de la seis, el Alcalde dará su discurso inaugural.
   No respondí.


No comprendía bien. No reconocía dónde estaba ahora, ni dónde me encontraba hacía escasos 5 minutos. La Cosa esta sabía todo. Pero sonaba raro, y un tanto macabro, que conociera mi nombre, quién era, qué hacía allí, y que el Alcalde asumiría esta tarde. Para calma mía, él tampoco dijo nada. Mis ojos estaban cubiertos, pero eso no me impedía saber que había prendido un cigarro Melz, lo cual era mucho mas extraño aún: sólo conocía una persona que viciaba con ese producto suizo. Más tarde, a eso de las 7.10, suponiendolo que lo sea gracias a que era conciente del paso del tiempo y a lo que pareció el silbato del tren de Aurich, La Cosa volvió a hablar.

-Sigues despierto, eh. Pues veo que estas muy ocupado en tu dolor que en entregarte de una vez por todas.
-Y tu no tienes otra cosa mejor que hacer que esperar a que yo sí lo tenga.- le espeté con tranquilidad.

Tenía razón. Hasta ese momento no había reparado en lo que sentía. ¿Qué sentía?. En primar lugar, un desesperante dolor de cabeza que se parecía a cómo si la estuvieran exprimiendo. En segundo, un punzante hormigueo en la zona del abdómen. Y tercero, y más importante, no sentía más que eso, por lo que mis piernas, mis manos, el cuello, el metatarsiano, el dedo gordo, el chiquitito, el homoplato y sus derivados, debían de estar sueltos por algún lado enemigo, pues mi cerebro no los registraba. Intentaba moverme, pero sólo conseguía rasgar más la herida. La cosa, y no La Cosa esa, ya era desesperante. "Aunque pensadolo bien, si lo es. Ambas lo son", pensé.

-Escucha tú...- me animé
-¿Tú?, ¿´Tú me has dicho?... ¿Es que ya no reconoces ni mi voz, Chuck?.
-Hace rato que no consigo descubrir mis piernas, ¿y quieres que me ocupe de tú voz?- dije fastidiado.
-Pensé que, por tu trabajo tan profesional, sabrías, al menos, de quién me trato.
-Hace rato que dejé la agencia- contesté de inmediato.
-Pues yo también, hijo-  espetó mientras saboreaba cada letra.
-¿Cómo?...
-¿Problemas de audición, muchacho?

Era imposible, de veras desesperante, macabro, terrorífico, no podía ser él, no. "Ordenate Chuck", pensé. Había ido a comprar cigarros, la Señorita del 4° A me esperaba en el auto. De pronto girtos. Oscuridad. Golpes. Sangre. Labio Hinchado. Y, sino me fallaba mi intuición de Detective, me encontraba depronto en el Barranco de Jurend. Y no más, un banquete, mujeres y hombres, colores, olores, amor, traiciones, adicciones, juego, drogas, Ella, La Otra, mi Madre, La Cosa...

-¡Un momento!- dije como pude. Tosiendo, afiebrado, sin aire, apenas podía mover los labios.
-¿Si, Chuck?- sonreía.
Las heridas cada vez quemaban más, pero no dolían, estaba sereno.
-¡La he visto, al fin la vi! Es miel como tus ojos. Es distinta a todas.
-¿De veras?
Me dormí. No desperté hasta pasadas las 23.15. Ya no había gente en la sala, y unos niños andaban correteando por ahí. Había uno que se me robaba las miradas. Era morocho y de ojos achinados. Y sus ojitos decían más de lo que alguien pudiera haber escrito en la Biblioteca de Babel. Sin mediar palabras se abalnzó sobre mí y me abrazó. Me sentí lleno. No necesitaba más. Decidí tomarle de la mano y echar a anadar, quién sabe por dónde, quipén sabe para qué. Pero de ahí en más el Mundo iba a conocer nuestros nombres. Seríamos uno y para siempre. Y hacia alllí fuimos...
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Domingo 5 de Agosto de 1912
POLICIALES

Los encontraron en el Barranco de Jured
TRAS 4 MESES HALLARON EL CADÁVER DE CHUCK "EL CRUDO" BASS, MÁXIMO DETECTIVE DE SCOTLAND YARD AUSTRIA, JUNTO AL DE SU HIJO JONATHAN

El asesinato que ocurrió hace 4 meses aun es recordado por todos. Lo habían secuestrado en la esquina de su casa de Gaethe y Anderson, tres hombres armados y vestidos de negro, según testigo. El principal sospechoso, Juden Garich, primer mafioso de la Banda de Aurich, fue condenado a la pena de muerte. Los cuerpos estaban tendidos en el suelo y tomados de la mano. Lo velaran en la Seccional 1° de Scotland Yard, junto al cuerpo de su hijo Jonathan, fallecido por la enfermedad de Bullich a los 6 años de edad.

...

‎-Es que si, señor, me he rendido. 
-¿Tan fácilmente?

-Sus ojos tienen la culpa...
-¿De que?
-De haberme enamorado, básicamente.











"Todos tenemos fe, por que todo el mundo necesita creer en algo para no pensar que el poder del destino es nuestra responsabilidad: Nos volvería desquiciados. Creer en algo superior, que protege, castiga, ofrece y da vida, es nada más que darle la responsabilidad de nuestras vidas a otro, para no hacernos cargo de ella"


                                        MSF

Era

 Hacía frío. En la ventana las gotas ya desafiaban la gravedad y se quedaban estáticas, flotando, luego volteaban a mirarme y se volvían hacia arriba. De fondo el vidrio empañado con una inscripción ilegible de notas melancólicas. El colectivo es un mundo raro, travestis, viejas suicidas y monos de boliche se suben e integran tu vida unos minutos. Detestable y excepcionales, los personajes se presentan uno a uno como si estuvieran en un circo y se batieran a duelo para ver quién es al que más aplauden. Es que en definitiva les bastaba con eso: ser observados. Todos y cada uno. Yo ya me estaba por preguntar qué personaje me había tocado en el reparto, cuando algo me invadió los sentidos:


-Bájate-  me decía, me susurraba y me carcomía las penas.

No sabia bien dónde estaba pues no veía desde acá y, en definitiva, a quién le iba a preguntar. “Era inútil”. No sabía cómo bajarme, ni siquiera sabía si quería.

-Bájate.

Otra vez la voz me retumbaba entre las sienes y me traía olores espantosos. Sostuve mi indecisión y salté hacia la puerta. De casualidad, esta estaba abierta y resbalé sobre algo mojado. No recuerdo que era, porque de hecho, estaba todo oscuro. Tenía miedo. Hasta que descubrí que sólo había cerrado los ojos. Cuando dejé de escuchar sonidos extraños descubrí que una plaza enfrente mío se levantaba enorme. Lúgubre, solitaria y de colores fríos. Las hojas dibujaban un paisaje, que cuanto mucho menos había soportado una guerra. Una batalla donde sólo sobrevivías si encontrabas aquello que tanto amabas. Lo cuál resigné. Yo nunca la iba a encontrar. Silencioso esperé que algo fuera de lo común ocurriera, como sucede en este tipo de cuentos. Pero no sucedió. Tome coraje y me abalancé sobre sus veredas. Caminaba sigiloso, temeroso de que algún vampiro, un mutante o algo se me acercara y me regalara un alma, me ofreciera una vida por 10 centavos o sólo me diera un reloj. Ninguna ocurrió, por lo que tuve que seguir mi rumbo. “Hubiera sido divertido”, pensé. Un rumbo que tenía como brújula el viento. Cuando estaba por culminar el recorrido de la plaza. Vi algo a lo lejos. Unos hombrecitos bajitos con cascos violetas y vestidos de blanco, cantaban una marcha. No oía bien, pero entonaban algo así:

 Muere, vive, y muere otra vez 
Sólo esos ojos            
 Podrán redimirte esta vez

Cuando intente gritarles para que se calmaran todo se apagó. Mi alma quedó al descubierto de cualquier cosa. Me temblaban las piernas. Sentía que por fin había llegado la hora, la maldita hora, esa que siempre pasa y nuca llega. Comencé a desesperarme. ¡No distinguía donde me encontraba! Había una serie de hombrecitos que cantaban y no sabía qué eran y todo, todo absolutamente todo, era nada alrededor. No sentía el suelo y ni el cielo, De hecho sospechaba que estaba de revés. Un frío comenzó a helarme el cuerpo y me apreté el pecho. Recordé la voz de mi abuelo, tierna, segura.

  - Piensa en ella- y yo pensaba, hacía lo imposible
  - ¡Le juro que pienso abuelo! Pero no aparece.
  - Eso es lo que tu crees- me regañaba.

Lloraba. Tenía culpa. Culpable de haber perdido todo, de no haber dado lo suficiente. De haberme conformado siempre con lo menos. De beber de mis arrogancias y nunca ocuparme de quienes valían mi vida. Y estaba ahí parado, flotando o quién carajo sabe sumergido en al anda esperando al hora. Hasta que una luz se asomó por entre una esquina. Era azul, fuertísima y se acercaba. Raramente no me sentí con terror ante la luz, sino más bien atraído. Algo tenía que la conocía. Cuando ya estaba casi en la punta mis dedos, la lucecita se colgó por sobre mi nariz, Era chiquitita y my resplandeciente. Se quedó un rato y luego se evaporó. Y con la oscuridad, una mano. Una mano suave y cariñosa, contraída y conocida. Era de ella, estaba seguro. Me rozó  y tomó mi mano. Unos labios se acercaron a los míos, y temblé. Y cuando los tenía ahí, la salvación a  menos de un suspiro. Desperté. Estaba recostado boca abajo en una de las camas del 14 C. De la derecha, un ventanal enrome, con adornos de épocas y regalos mediocres. Enfrente un espejo que reconocía el rostro perdido en el tiempo, Y a la izquierda: una puerta. Dudé. Me levanté cuidadosamente de la cama y reconocí un aroma. Un olor a canela que provenía de algún lado. O de algún recuerdo. Raramente no acudí a la emergencia de una puerta sino más bien a liberación de una ventana. Estaba decidido. O más bien, tal vez, yo no lo había predispuesto así. Subí uno de los peldaños y destrabé el vidrio. Afuera era un día hermoso. Para todos menos para mi. Mis días eran con lluvia o no eran. Miré hacía abajo. 13 pisos separaban el suelo de la eternidad. Respiré profundo. Recordé toda mi vida en menos de un segundo. Y devolví la uncía palabra que podía decir en ese momento: Mierda. Canté una serenata de olvidos a mis viejos y lloré cuando se me vino la imagen de mí y ellas arriba de un escenario. Les pedí perdón, y rogué que el viento se los alcanzara. Sentía… No, no sentía nada en ese momento, sólo ganas de vomitar, de saltar y olvidarme de mi vida, y empezar otra."O no". Me dejé caer. El viento me zumbaba en los oídos y me desgarraba las carnes. Y cuando el piso estaba a una palmada, ahí de pegarme en el rostro, en el destino, algo me sostuvo. Los mismos brazos que aquella vez de la plaza, de la lluvia. Me bajaron lentamente y me apretó el corazón. Las pulsaciones se calmaron y la miré a los ojos. Era bellísima. Era mas de lo que podía recordar. Pero no la merecía. Quería que supiera que de verdad era mi vida, y que ni este mundo ni ninguno tenían sentido sin ella. Pero cuando trate de ser valiente una vez algo me golpeó por detrás. Cuando logré parpadear siquiera me encontraba en una calle sucia. De esas que parecen de películas. Era de noche y un olor a alcohol me indico un bar. Un cartel rezaba “EL INFIERNO”.  La vi entrar por la puerta y la seguí. Entré y un cantinero robusto y muy sucio me sujetó del hombro:


 -¿Tú eres Thomas, no?
 -No, creo que se equivoca, señor…
 -No, no, no. Conmigo esos juegos no. ¡Perdón! ¡Que desubicado yo! Disculpeme, verá soy
  la muerte, ¿qué tal? Pase por la puerta del fondo. Lo esperan.

Lo que me dió espanto fue que tan ligeramente se presentase. Ni siquiera una carta de presentación, ni una tarjeta. “Que país es este! Dios!”, me frustré. Corrí a unos borrachos que jugaban al Sieno ( el juego de rifar almas y tirarlas al azar de los dados), de la derecha un grupo de esqueletos que bailoteaban una murga, y en la cantina un muchacho rojizo y de cuernos, lloraba y gritaba:

 -¡Se fue! ¡Ella se fue!

Corrí rápido y me alejé de la escena. Abrí bruscamente la puerta y descubrí un cuarto de velas. Casi como un calabozo. Ella estaba acurrucada en un rincón, llorando, y tomando una cerveza. La levanté sobre mis espaldas y el enderecé el cabello. Quise besarla pero algo me dijo que no era lo correcto. La limpié un poco y casi automáticamente, como si ya reconociera el lugar, abrí la tercer puerta de las cuatro que había. “La verde, la de cobre”, decía en mi interior.
La luz se abalanzo sobre mi y vi la camilla, las cartas, las flores y los aparatos. Estaba en el mismo lugar de siempre, En la camilla N° 13314 del Hospital de Tierre Des Lexe de Paris. La misma en que me habían colocado aquella vez, horas después del accidente luego de la fiesta de 15 de ella, frente a la Torre Effiel, donde mi alma murió para siempre. Y ella también.

¡Lbérame!

Era chiquito, recuerdo. Tenia pancita y jugaba a la pelota con los chicos del barrio. Con el Juan, el Mario y el Carlos, éramos muy amigos, ¡vio! Pero el tiempo quiso que nos separáramos, y por más excusas que le diéramos él siempre nos decía:

-Yo siempre pongo las cosas en su lugar.

Y ahora esa frase me parece un tanto patética no, porque es mentira. O al menos lo que yo perdí jamás me lo dio. ¿Que qué perdí? Mi alma, doña, eso perdí. Andábamos con los pibes de acá para allá, de aire en aire, cambiando de rumbo casi al mismo son que el parpadeo. ¡Y vaya si íbamos a cualquier lado! Una vez me acuerdo, que el Juan se subió arriba de la carpa del tío Toto ¡y la tiró toda abajo! ¡Ajjaja! ¡Como me reí ese día! El viejito andaba corriendo con el bastón, ¡pobre! Después me enteré que se murió de un ataque al corazón. Pero resulta que siempre deambulábamos por cualquier sitio. Vendiendo cosas baratas, chancletas, trapos para lavar, libritos con consejos maternales y una linterna que se hacia espada. ¡Era hermosa! ¡Re grande! Me acuerdo que yo quería la azul y jamás venía. Traían en amarillo, rojo y verde, pero a mi me gusta el azul. ¡Tan lindo es ese color! ¡Ay! Ella tenía esos colores, los tonos del mar en su todo. Pero en fin. Se me vienen al corazón tantas cosas. Como aquella vez que terminamos en Singapur y ¡nos hicimos piratas! ¡Rentamos un arco gigante sólo para nosotros! Nos inventábamos muertos y enemigos y peleábamos borrachos de nuestras espadas y sombreros. Creo que todavía lo tengo por ahí… Hágame acordar que se lo muestre. Pero no se vio, fue raro, tan raro que andábamos haciendo de robabancos montados en tigres de aluminio y cartón y remábamos a luz de la luna entonando payasadas. ¡Como nos reíamos! Amaba ver la sonrisas de ellos, ¡vió! Eran como hermosas, luminosas, me daban vida. Desde aquella vez que perdí a mis padres en un accidente fueron ellos quienes me dieron vida, fuerza, y me prestaron un alma. Carlitos siempre andaba con una de más. Se la ponía su mamá en la lonchera por si ensuciaba la otra. Pero éramos como hermanos, y cuando me vio goteando apenas me la regaló. Me dijo:

-A mi no me hace falta.
-¿Y crees que a mi si? - le dije con voz y carne destruidas.
-No lo se, pero quisiera poder hacer algo para ayudarte.
-Créeme que ya haces mucho, muchisímo...
-Yo creo que no.
-Yo si...
-Decime que...
-¿Estás acá no?

Era chiquitita, no era de mi talle, pero no me disgustaba. De todos modos la necesitaba, más para poder tener una excusa para devolvérsela luego, que para en verdad vivir. ¿Cómo se sigue después de eso? La verdad ni idea, pero de todos modos aquí estoy, doña. Mire, yo no quiero venirle con plegarias anticuadas pero si quiero que sepa por qué estoy hoy aquí. Estábamos en la placita del olvido, allí donde mis padres se conocieron jugando a las escondidas. Me tocaba a mi, yo sabia que me habían hecho trampa pero quería embocarlo en una. Él era el más rápido de todos, vió. Bueno la cuestión es que andaba yo tarareando por ahí los números cuando sentí que algo se desprendió de mi. Me sentí vacío, escuchaba como el viento golpeaba dentro y me resonaban los huesos. Me caí y, dicen los chicos, que me desperté al mes. Estábamos en un hospital de emergencias y estaba todo entubado. ¡No! ¡Guárdese eso señora! ¡Yo no estoy pidiéndole nada!
Escuche. Estaba todo dolorido cuando se me acercó Juancito y me susurró, “tu alma se escapó”. Lo miré incrédulo, era como morir dos veces. “Así con que lo que se me había desprendido era el alma”, me dije. Últimamente estaba pendiendo de un hilo pero bue. Casualmente Marito había comprado una de su viaje en Katmandú la vez pasada y me la dio.

-Me encanta la que tengo-  dijo sonriendo.

Salí de las emergencias como al mes, y decidí emprender un viaje. Recorrí ambos mundos en busca de ella. La llame por altavoces, robé un globo aerostático y emprendí la marcha para empadronar todas las almas que vagaban por ahí. Revolví mares y  lagunas, charcos y charquitos pero no cazaba mas que resfríos. Acudí a iglesias, basílicas empíricas, mezquitas, todo, pero nada. Era cómo si se hubiese evaporado, cómo si un suspiro se la hubiese tragado. Pero no. Un día la vi. Correteando con otra, un tanto más lucida y brillante y enceguecedora. Andaban de la mano ambas y se decían cosas que no lograba escuchar. Quería cazarla, pero cuanto más me acercaba mas la otra me tiraba al suelo. No podía, no podía contra esos ojos ni contra nada. Y reconocí como la miraba a la otra, se le notaba en los ojos que eso era lo más puro lo más bello que había sabido tener. Decidí por voltearme y echar a correr. Y lloraba, no lloraba por miedo más bien por felicidad. Al final no tenia porque separarlos, ¿Quién era yo? Un pobre diablito que juega a las escondidas y pierde almas. Al fin y al cabo dicen que nosotros, los muertos, no tenemos alma, vió. Pero es que cuando ellas encuentran el amor, ya no podemos retenerlas.
En fin, nada mas quería decirle que por una excelente oferta le ofrecemos cualquier tipo de alma, sucia desgreñada, hasta puras y recién salidas del cielo. Tiene en azul, gris y rojas, y apúrese porque me queda una sola negra. Y puede llevar dos, la negra más otra elección. Ojo que es con compromiso de compra. ¿A cuánto? ¡A nada señora! Sólo debe darme un pedacito de la suya, la que ya tiene, para así poder recomponer la mía y enamorarme una vez más, y otra y otra.

-¿De quién puede enamorarse usted?- me miró por entre los lentes.
-Da la casualidad, señora, que siempre de los mismos ojos.






Pequeño proyecto

Para vos...


(Joaquin Schiam escribió con tinta roja sobre un papel de servilleta - seguramente por lo que se detalla aquí de muy baja calidad, y que he corroborado gracias a su asqueroso café - estas palabras cuando andaba por Kuala Lumpur)

  -Mi vida no tiene sentido, menos sentido aún que este ca...

(Al regresar al infierno de su pequeña licencia otorgada por la divinidad en persona, Su Majestad le solicitò un encargo a impuesto por el más Alto Cielo. Joachim desdibujó su sonrisa y se rehusó a cumplir con lo que le imponían. Es que su vida había sido bastante caótica y no tenía pensado volver a vivirla al menos por el resto de lo que su contrato le demandaba: 5 años como Muerte. Lamentablemente, su queja no fue escuchada y debió empacar enseguida para regresar al infierno más horrible. "Que llevo", balbuceó. "Llévese una hoja y una pluma. Su trabajo consiste en definir que el mundo es tal y como Yo, el TodoLoPuede, los he impuesto, a algo inmenso, que somete a los fieles e infieles a razonar su Fe en mi, que no soy más que un servidor social como usted, sin secundario terminado ni políglotas decisiones que tomar". "Entonces nada". "Me alegra que entienda", sonrió. Joachim tomó su botella y vació hasta al fondo. Quería estar preparado para lo que debía afrontar, una serie de catastróficas almas en pena que vagaban con el sólo propósito de no existir. La vez que habia llegado por primera vez al Fondo de los Muertos, el portero le había tomado los datos y se había reído. Èl preguntó porqué semejante irrespetuosidad hacia un recién fallecido, y contestó: "¿Usted viene de arriba no?". " ¡Si!¿Y de dónde más?". "¡No!¡Por favor!¡Sepa disculpar! Está bien, usted dirá, pero le aseguro que el Infierno usted ya lo ha vivido". Joachim recordó como eso había repercutido. Todo tenia sentido. La muerte no era tal: si es muerte no puede matar, ni siquiera esta tan lúcida como para el ejercicio de sus quehaceres. El infierno, la muerte, el racismo, se encontraban allí arriba, donde nadie se miraba directo a los ojos y todos jugaban al monopoly con el miedo ajeno. Bien, sigamos con la cuestión: Joachim regresó y comenzó su trancada vida nuevamente. Recorrió santos lugares y bares con olor a orín. Fue a Europa, Arabia, y Sudan. Fue consejero del Presidente y lustrabotas del gnomo del Rey. Ejerció derechos divinos y vivió la fiesta más alocada de todas. Pero fue un día lluvioso, como estos, en que se subió al penúltimo tren que partía hacia Grekhos y se sentó al fondo. "No quiero escuchar esas pendejadas de medianoche", masculló. Se resguardó en su sobretodo amarillo y encendió un cigarro. Pero fue cuando alguien -desconocemos parcialmente quién pero QUIEN para los efectos del relatos será : ELLA- se le acercó, que le cambio la vida para siempre)

NdelaR: Lamentablemente los escritos de Schiam han sido quemados, usurpados, saqueados y masgullados por unos cuantos perros del Vaticano, cuando este intentó correr a la vista de cientos de armas y hombres de negro que gritaban injuriosamente en la casa del Señor, y que sólo querían "hablar". En fin, unas cuantos pedacitos más delante en al obra, JS culminaba el trabajo que Dios le había propuesto a un pobre tipo. He aquí el informe que desató un enorme barullo en la Corte del Supremo:

Resulta ser, que el mundo no es tal y como lo percibimos. A veces lo que importa, la verdadera noción de que todo cabe en un ínfimo segundo, en una llama que desaparece o una luz que se despega. Puede que el abismo se concierne tras lo más chiquitito del universo. Puede que todos los sentidos de una vida quepan en un meñique. Puede que todos los secretos mortales surgan de un suspiro. Puede que las muertes se ciernen sobre los párpados. Puede que los miedos más perversos se conserven en una sola porción de estrella. Puede que todos los caminos recorridos se cierren sobre una sola cosa. Allí, donde toda tu vida tiene sentido, tiene con qué. Allí donde darías tu propia eternidad al cielo para tener un rato de ellos. Allí donde nada desaparece, donde te haces eterno, en un relámpago fugaz, una centelleante centésima. Allí donde caes permanentemente queriendolo vivir una vez más. Allí donde dejas sucumbir tu cuerpo ante la estrepitosa forma de tus sueños. Allí donde tus lágrimas se hacen carne y te reviven de los infiernos. Alli donde jamás pensé estar, allí donde me animé entrar. Allí donde aprendí a esconderme, a ser, a vivir, a existir. Allí donde todo culmina, donde todo empieza otra vez, donde todo, todo se hace nada. Allí donde las estrellas ni pueden competir. Allí donde el universo depositó todos sus secretos màs oscuros. Allí donde caí por primera vez, allí donde saltaría una, y otra, y otra y otra y otra. Para desmayarme rendido a tus pies, ante sus ojos, mi infima vida, la sola eternidad.

(desconocemos el paradero de Dios hasta hoy en día, pero si tenemos en claro que el Universo es para unos lo que para otros no es más que nada. Y esa nada, para este pequeñísimo redactor es todo.)

Con cariño 



Mortal

Proyecto de prólogo:


"Malcom Sánchez, Oso, Ova Sabatini, Cono, alguacil o algo así :) la verdad es que no se exactamente que cono decirte, mas que te quiero muchísimo :) y bueno, la típica de agradecer todo lo que haces por mi, escucharme, esperar 20 minutos conmigo en la fila del baño, abrazarme, conocerme, dejarme conocerte, en fin, ser mi amigo :) Y me siento en la obligación de resaltar que no solo sos un buen amigo, sino que además sos un gran escritor (a continuación lo demostras) y una gran persona, eso lo demostras día a día. Pensar que hace un año ni me hablabas ._. Que loco como pasa el tiempo. Bueno, supongo que ya esta todo dicho y lo que no, se me ocurrirá después seguramente. Te amo Sánchez."

Valeria Soledad Santangelo






    Desperté. Estaba oscuro y llovía. Las gotas envolvían mi pelo, mi cuerpo, no había más que ella y yo. No sabía como había llegado. Si es que había llegado. Lo último que recordaba fue haberme subido al colectivo. “Me habré quedado dormido”, pensé. Trate de tantear un banco, un árbol, un algo que me indicara si por lo menos había algo más que yo y la lluvia. Si hay lluvia seguro hay un cielo”. Di tres pasos cautelosos hacia adelante. “Siempre hacia delante”, me indicó mi abuelo antes de morir. Allí, en ese enrejado oscuro, con ninguna alternativa más que correr y sollozar en mi mente sólo estaba yo, mi alma y mi lluvia. Ahora era mía. Era la única compañía, como casi siempre que mi vida desbarrancaba. Ese olor a humedad me trajo recuerdos espantosos, de sangre mezclada con barro. Traté de recordar algo que había aprendido en el colegio militar, pero sólo mi cabeza se empeñaba en recordar cada grito de sufrimiento, cada gota que me purificaba, que me devolvía a la cruda realidad. Tantas cartas desesperadas de salvación en la nada. O tal vez yo no era nada.
  Me detuve. Unos pasos interrumpieron mis sentidos. Un perfume a canela me abofeteaba y empecé a transpirar. Abajo llovía cada vez más.

-    Alto! ¿Quién se esconde?- grité, pero nadie me respondió.
 
 Estaba aterrado. No sabía donde estaba, ni cómo había llegado. No sabia cuánto tiempo había estado allí. Meses, quizás años. Cualquiera que sea lo que estuviese allí no estaba.  De hecho su cuerpo no estaba. Lo único de lo que tenia certeza era que el agua ya le cubría los tobillos y alguien estaba allí o acá, quién sabe dónde pero estaba; y eso lo aterraba. “Espero. Espero que se acerque o que grite o que algo”. Asustado, le temblaban las manos y ya sus rodillas estaban totalmente sumergidas. No ocurrió nada durante lo que a él le parecieron muchas horas juntas. De repente, sintió que se movía. Ya el pequeño lago le hacia de alarma. Sentía cómo se acercaba, de hecho, no podía hacer otra cosa, más porque no sabía que carajo hacer en un lugar donde de primero estaba todo oscuro y de segundo era desconocido. Intentó lanzarle una mirada furtiva, lo cual fue inútil ya que no se distinguía ni su propia nariz. Trató de recoger su celular, para encender alguna luz misericordiosa, pero este se suicidó.  
  Emmanuel empezó a dudar, de si estaba vivo, de si éste, quizás, era el infierno, o si sólo dormía. El sentimiento más mortal le invadió el alma. No debía morir así, su muerte debía ser cuánto menos lógica. La persona o lo que sea que estuviese allí, no había dado señales de vida y ya el frío le congelaba las entrañas, el agua casi le llegaba al pecho y él no se había despedido de nadie. Sintió un aire cerca y rápido acertó en que esa persona estaba allí, parada frente a él y exigiéndole algo. Algo de lo cual no estaba seguro de dar. Pero algo dentro suyo le dio tranquilidad. Una cosa que le apretaba el estómago se apoderó de su cuerpo, y le hizo ver. Era ella. Y estaba en ese lugar para hundirse juntos. Llovía y Dios, ni ningún Dios, se encontraba presente para ayudarlo. De hecho, no le necesitaba. Estaba dispuesto a morir así. “A hacernos eternos”, sonrió. Ella le tomó la mano y una cosa fresca, con gusto a felicidad le lleno el alma. La había estado esperando siempre y allí estaba. La abrazó por entre el agua que ya le cubría la barbilla y se apretaron aun más, para darse calor. 
   Dudaron una eternidad y se besaron. Sus cuerpos eran uno, como siempre habían soñado serlo. Era lo más hermoso que había sentido. No hacia falta verla, recordaba cada detalle de ella, su nariz, su boca, sus ojos, su todo. “Cada noche la recuerdo”, pensó.

- Sabia que estarías aquí- me susurró.
-¿Como has llegado?
- Subí detrás tuyo. Y siempre con esa manía tuya de no ver quién te cuida las espaldas- sonrío.


    El agua ahora los cubría enteros. Sólo esperaban el final. Ya no importaba el tiempo, el agua, la nada. Allí había querido estar siempre, o en cualquier lado, en realidad no importaba. Vió como ella cerraba sus ojos, y él forzó los suyos. Esperó y lloró.
   Despertó de golpe y unas lagrimas le cubrian el rostro, el reloj marcaba las 2:37 de la madrugada. Golpeaban la puerta.

 
-Señor, lo solicitan de Europa- decían afuera.
-¿Quién llama?
- Murió el Papa Señor…
- Prepárame la ropa, ya voy…


Se levantó sin ánimo y salió al Olimpo. “Ser Dios es difícil”, se resignó.




Malcom Sánchez

Jamás vencido


  NOTA: Al Beto Acosta (ex futbolista) le diagnosticaron hace seis meses cáncer de tiroides.

  Resulta ser que la vida a veces nos otorga una ventaja formidable, que luego en un suspiro, quien sabe quien, la destruye lentamente. A golpes certeros, fortuitos, que despellejan nuestra eternidad en un solo minuto. O menos. Tal es así, que la vida es tan inesperada, tan cambiante, tan impensada que nos da vuelta en la cara  bruscamente descolocándonos del todo. A veces inexplicablemente, en un fugaz recorrido, se nos puede sentenciar a la muerte, a la vida in eternum, al purgatorio, o el peor de todos, morir con cada sol.
  Existen días que uno se levanta con esa intuitiva sensación de no hacerlo, casi previendo que un colectivo nos fuera a atropellar. Tal vez así se haya sentido, tal vez todas las dudas de los mortales, de los dioses ausentes, de cuál es su sentido en la vida, le hayan invadido el alma luego de que el médico se le acercara y le confesara su situación. Tal vez sus ojos hayan buscado respuestas en donde no las había. Sus brazos hayan buscado apoyo en una sala ahora eterna, infinita, interminable. Tal vez ya no vuelva a ser el de antes. O si.
  Los nombres pueden medirse por su dinero, su fama, su trayectoria, sus logros; pero los hombres, esa vida de plano secundario en el futbol, se valen de otras cosas, pragmáticamente mucho más fundamentales que una medalla de recuerdos de otras vidas. Su valentía, su fortaleza, su amor, su persona, su todo, son elementos sencillos, inexpugnables que irán con nosotros aun mas allá de hasta donde llegara nuestra cuenta cronológica. Y el “Beto” Acosta es de esos tipos que jamás se han resignado frente a nadie, y que nunca ha dado su cabeza en oferta. Este quizá sea el desafío más grande que se la ha planteado a lo largo de todos sus años. Una batalla que sólo podrá pelear él.   
   Una lucha que revelerá hasta donde es capaz de soportar que su mundo, cada vez más pequeño se le intente abalanzar sobre sus ropajes y arrancarle lo mucho que tiene. Aquí es donde se vera la crudeza de la piel, de un tipo que ha sabido derramar sangre por lo que mas quería, y que no bajara los brazos antes del silencio póstumo. Un guapo que le demostrará que esta vida, esta única posibilidad, esta ínfima chance, la va a defender, hasta el último día. Como cada segundo que pisa fuerte en el suelo.
   Un pibe que, quizás, este empezando a formar su propia leyenda, sin héroes carilindos,  sin espada, sin doncellas. Fuera de los lugares comunes del deporte más popular. Esa cruenta y fatídica historia que todos admiraremos y contaremos por épocas. Y estaremos dichosos, por no decir fervorosamente alegres, de que un pibe como él se alze, en andas, como en sus mejores tiempos, con la hinchada coreando su apodo, con chances de seguir haciendo de las suyas.  Ese va a ser el momento en que todos miraremos sus goles, sus hijos, sus manos, su espalda, su cuerpo, su vida y diremos: “Este tipo aun sigue vivo”.

Hasta pronto...

Murió Ernesto Sábato

El fallecimiento se produjo en su casa de Santos Lugares. Notable autor y ensayista, escribió "El túnel" y "Sobre héroes y tumbas", entre otras obras clave. Fue titular de la Conadep tras el regreso de la democracia. En 1984 había recibido el Premio Cervantes, el más importante de la literatura en español.  (Fuente: CLARÍN)

No tengo palabras que puedan suplantar a las suyas. Es doloroso cuando gente como él se despiden de este mundo carnal. Pero también son ellos los que logran trascender en el tiempo y el espacio dejándonos un pedacito de su vida en unas cuantas páginas. Sólo desearte ¡buena suerte! y que esto es un hasta luego, es decir, hasta que tome el valor de volver a tomar ese pedazo de alma que dejaste en mi cuarto y enamorarme de cada palabra.


"La vanidad es tan fantástica, que hasta nos induce a preocuparnos de lo que pensarán de nosotros una vez muertos y enterrados."


“Y era como los dos hubiéramos estado viviendo en pasadizos o túneles paralelos, sin saber que íbamos el uno al lado del otro, como almas semejantes en tiempos semejantes, para encontrarnos al fin de esos pasadizos, delante de una escena pintada por mí como en clave destinada a ella sola, como un secreto anuncio de que ya estaba yo allí y que los pasadizos se habían por fin unido y que la hora del encuentro había llegado.” 
El túnel

Buena suerte, Ernesto!.